jueves 28 de marzo de 2024
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Carla Lois: Es dudoso que la ampliación del Mar Argentino ayude con el reclamo de soberanía sobre Malvinas

Carla Lois es Licenciada en Geografía y Doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y Investigadora Adjunta en el CONICET. Se desempeña como Profesora en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata en las áreas de historia del pensamiento geográfico y cartografía. En sus trabajos de investigación se dedica al campo de historia de la geografía y de la cartografía, historia territorial, cultura visual y el vínculo entre las imágenes y el pensamiento científico, y las imágenes cartográficas. Entre los temas que transita en sus trabajos suele polemizar sobre cuestiones sensibles que problematizan el sentido común geográfico, el fanatismo geopolítico, la nacionalidad y el nacionalismo.

Herramientas como Google Maps o Google Earths traen precisión al mundo cartográfico. ¿Es esto cierto?

La noción de precisión es un talismán de la modernidad, como si la “precisión” nos permitiera acceder a algo “más verdadero” o como si fuera un objetivo a alcanzar –especialmente en el campo de las ciencias–. ¿Qué es la precisión? El significado de “preciso” ha variado a lo largo del tiempo y siempre estuvo ligado a la capacidad de cumplir de manera eficiente un objetivo. Todos los mapas son precisos si lograr o han logrado cumplir el objetivo que se le ha encargado: los mapas del siglo XVI que hoy parecen piezas artísticas fueron lo suficientemente precisos como para permitir que los navegantes europeos cruzaran el Atlántico hacia el Nuevo Mundo y pudieran retornar al punto de partida. En un sentido amplio, las innovaciones tecnológicas aplicadas a los mapas siempre intentaron ajustar la precisión y casi siempre lo han logrado.

…la masificación del uso de GPS, Google Maps y otros tipos de mapas como estos está restringiendo severamente nuestra capacidad de orientación

¿Con la aparición de Google Maps ya no necesitamos de los mapas tradicionales?

Recientemente algunos estudios demuestran que la masificación del uso de GPS, Google Maps y otros tipos de mapas como estos está restringiendo severamente nuestra capacidad de orientación, principalmente porque los usuarios se limitan a seguir las indicaciones propuestas por los dispositivos y prestan cada vez menos atención al entorno. Esa “desconexión” entre el sujeto que se desplaza y el espacio en el que se mueve reduce progresivamente las habilidades para figurarse mapas mentales propios. Por eso los expertos insisten en que, si bien en la era digital, muchas habilidades y destrezas se volvieron obsoletas, los niños deben seguir aprendiendo a manejar mapas en papel porque eso estimula el pensamiento espacial, la formación de una visión de mundo en que pueden situar objetos, reconocer lugares y establecer relaciones espaciales según sus propias necesidades. 

Además, la falta de entrenamiento en mapas que facilitan el desarrollo del pensamiento espacial también afecta la posibilidad de producir otros tipos de mapas mentales que usamos a diario: desde el mesero que se forma su mapa mental de la mesa para entregar los platos solicitados por los comensales hasta el docente que identifica a sus alumnos según la posición en que se sientan en la clase. La masificación de las nuevas tecnologías nos enfrenta a un gran desafío: podemos incorporarlas para mejorar nuestras capacidades intelectuales y sociales o podemos delegar en ellas la responsabilidad de tomar nuestras propias decisiones e incluso acusarlas de nuestras decisiones erradas.

Google Maps tiene sus propios mapas imaginarios

¿Podemos decir que con la modernidad y las tecnologías de la información se terminaron definitivamente los mundos imaginarios? ¿que la Atlántida definitivamente es un continente de ficción?

Crear mundos imaginarios es una “necesidad” cultural, una forma de figurarse nuevos horizontes más allá de lo conocido. Más todavía, un mundo imaginario no es necesariamente una geografía inexistente.

Además, Google Maps tiene sus propios mapas imaginarios: en 2013, investigadores de la Universidad de Sidney descubrieron que la isla Sandy, ubicada en el mar del Coral entre Australia y Macedonia, llevaba ma?s de una de?cada apareciendo en las ima?genes de Google Earth, y en realidad no existi?a. Curiosamente, esto fue advertido cuando se compararon las ima?genes de Google Earth con las tradicionales cartas na?uticas (supuestamente antiguas y, por tanto, desactualizadas, inexactas e imprecisas) y en estas u?ltimas no habi?a ninguna isla. Se consulto? al gobierno france?s (si la isla existiera, tendri?a jurisdiccio?n sobre ella), pero ellos manifestaron desconocer la presencia de tal isla. No se sabe dónde ni cómo se originó el error. Pero se sabe que no es el único.

¿Podemos confiar en ya no perdernos gracias al uso de estas herramientas?

Definitivamente no. Esas herramientas no son infalibles. Este verano ocurrieron al menos dos incidentes graves en Río de Janeiro cuando turistas extranjeros (entre ellos, una pareja argentina), siguiendo las instrucciones del GPS, se metieron en favelas donde fueron baleados. Y hay muchas más anécdotas menos trágicas: una mujer inglesa conducía por la ruta y vio señales de tránsito que indicaban que al final de la carretera habi?a un ri?o pero esa información no coincidía con lo que indicaba su GPS; por lo tanto, la señora supuso que la señal era antigua y no había sido removida por un descuido de las autoridades viales y que, en cambio, su dispositivo electrónico actualizado con la última versión disponible en el mercado seguramente tendría información más precisa. Obedeciendo a su GPS, terminó cayendo al río, por suerte, sin mayores consecuencias. Claro que a veces, sobre todo si uno no conoce el lugar, Google Maps es un dispositivo extremadamente útil y práctico. Pero no hay que perder de vista que es una herramienta, sólo una herramienta.

La geografía se nutre de la matemática, la astronomía y la tecnología. Debería ser una ciencia exacta. Sin embargo, podemos decir que el geógrafo es un individuo que la carga de ideología. ¿Por qué?

No es del todo acertado decir que la geografía se nutre de la matemática, la astronomía y la tecnología. Esa idea viene, en realidad, de los orígenes de la tradición de los saberes geográficos. Estamos hablando de la época de Ptolomeo. Y en esos tiempos, la concepción del mundo era otra: se suponía que el macrocosmos y los astros tenían incidencia sobre el microcosmos, sobre la Tierra (el ecumene, es decir la zona habitada, rodeada de mares tórridos que delimitaban la morada del hombre cristiano) y sobre el Hombre.

Cuando la geografía se transformó en una disciplina académica (en el sentido foucaultiano de la expresión), entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se fue convirtiendo en una ciencia que se proponía explicar la relación hombre-medio (también definida más tarde como la relación sociedad-naturaleza). Si pensamos que esto se daba en el contexto de imperialismos y procesos independentistas, resulta evidente que los temas de la Geografía aparecen en el núcleo de las cuestiones políticas de la época: el inventario y la clasificación de recursos, la exploración de proveedores de materias primas, la organización geopolítica del mercado mundial. No olvidemos que gran parte de los viajes de exploración estaban esponsoreados y financiados por inversores privados, gobiernos y miembros de las sociedades geográficas (como la Royal Geographical Society).

En la actualidad nos resulta imposible pensar el mundo sin poner el acento en las relaciones sociales, en las desigualdades, en los modos de ejercer el control y el poder, en la posibilidad de ejercer libertad de pensamiento o creencias, en el peso de las instituciones sobre la sociedad en su conjunto. Esta agenda también atraviesa a la geografía como disciplina que se ocupa de relaciones espaciales de diverso tipo, de procesos de formación territorial y de imaginarios geográficos que imponen un orden del mundo (con modelos tales como centro-periferia; países desarrollados-países en vías de desarrollo; globalización política y económica; reconfiguraciones urbanas contemporáneas).

Todas estas variaciones históricas acerca de cómo el Hombre imaginó e intentó comprender su mundo son ideológicas (en un sentido amplio, muy amplio, del término). La Geografía, como saber clásico y luego como disciplina moderna, siempre fue ideológica.

Hasta hace unos pocos años el hoy Instituto Geográfico Nacional se denominaba Instituto Geográfico Militar ¿Cuáles son los motivos políticos por los que la geografía se asocia automáticamente al mundo o ámbito castrense? ¿Más allá del cambio de nombre, hubo algún cambio fáctico real en sus potestades?

En realidad, no es la geografía lo que se asocia al ámbito castrense sino la cartografía. Y, aunque parezca que geografía y cartografía son la misma cosa, son dos campos profesionales bien diferenciados: se estudian en instituciones diferentes, tienen programas de estudio distintos, se forman y entrenan en habilidades distintas. Por supuesto que los geógrafos usan mapas, pero rara vez los producen (y cuando lo hacen, se trata de mapas temáticos y no topográficos).

En varios países latinoamericanos (como es el caso de Chile aunque no de Brasil), la formación de las instituciones que hicieron los primeros mapas topográficos para relevar las formas del terreno del territorio nacional estuvieron asociadas a emprendimientos de expansión territorial militar. En la expedición al Desierto” de Julio A. Roca, la columna de la IV División incluía una Comisión Científica de Exploración que dirigía los trabajos de relevamiento topográfico de los que también participaron el topógrafo polaco Jordan Wisocki y el alemán Francisco Host. El Estudio Topográfico de La Pampa y Río Negro que Manuel Olascoaga publicó en 1880 y que incluía mapas realizados durante la expedición e incluso uno de ellos recibió una medalla de oro del gobierno nacional y fue, además, premiado en la Exposición Universal de Venecia de 1881. En principio, las oficinas estatales eran las únicas que tenían la capacidad técnica y la disponibilidad de recursos humanos para hacer relevamientos topográficos: expediciones con trabajos de campo de varios meses, instrumental actualizado, profesionales que supieran usar esos instrumentos… Había que hacer inversiones caras, cuyos resultados sólo se verían a largo plazo; y por otra parte, los objetos producidos –hojas topográficas– eran poco rentables: las hojas topográficas son bastante menos bonitas que los mapas holandeses del siglo XVII. Como contrapartida, la utilidad de esas hojas topográficas producidas y publicadas a diversas escalas resuelve un amplio abanico de cuestiones vitales para la gestión territorial: desde el conocimiento del territorio y la demarcación de las fronteras hasta la planificación de la red carretera y ferroviaria u otra infraestructura de ese tipo. Sin embargo, la clave no pasa necesariamente por quién hace los mapas sino por la política cartográfica que el Estado define para los procesos de producción y circulación de mapas oficiales. Lo que quedó luego es una política cartográfica. Lo que es militar no es la cartografía sino la política cartográfica del estado argentino desde la década de 1940 hasta la actualidad.

¿Qué es la política cartográfica del Estado?

Es un conjunto de acciones, prácticas y regulaciones que organizan el proceso de producción de la cartografía oficial del Estado. Porque no es cierto que los mapas son sólo imágenes técnicas despolitizadas que sólo buscan la precisión. Los estados construyen narrativas sobre sus propios procesos de formación territorial y sobre la naturaleza de su territorio: en ello, la cuestión cartográfica juega un papel clave. Los mapas no son sólo el resultado de prácticas científicas sino, sobre todo, de decisiones políticas. Hay muchos decretos y leyes que obligan a representar el territorio nacional de maneras específicas. El 18 de septiembre de 1941 se sancionó en el congreso la Ley 12.696, conocida como la Ley de La Carta, que otorga el monopolio de la producción cartográfica, y desautoriza a cualquier otra institución en la construcción de la cartografía nacional. En el artículo 15º se establece que “cualquier otra entidad que realice trabajos topográficos para ser publicados deberá solicitar del Instituto Geográfico Militar la fijación de puntos básicos necesarios, o los realizará de acuerdo a las normas que el mismo establezca”. En 1946 se sancionó otro decreto, el 8.944, en el cual se prohíbe: “a) que no representen en toda su extensión la parte insular del territorio de la Nación; b) que no incluyan el sector Antártico sobre el que el país mantiene soberanía; y c) que adolezcan de deficiencias o inexactitudes geográficas, o que falseen en cualquier forma de la realidad, cualesquiera fueran los fines perseguidos con tales publicaciones”. En 1983, bajo gobierno militar, se “sanciona” la Ley Nº 22.963. En el artículo 18º de dicha Ley se prohíbe “la publicación de cualquier carta, folleto, mapa o publicación de cualquier tipo que describa o represente, en forma total o parcial, el Territorio de la República Argentina, sea en forma aislada o integrando una obra mayor, sin la aprobación de Instituto Geográfico Militar. En el artículo 23º se establece que “toda obra que se publique en infracción a la prohibición dispuesta en el artículo 18 de la presente norma, será considerada ilegal y su editor responsable para las sanciones que esta ley establece. El autor (…) será asimismo punible si éstas contuvieren inexactitudes geográficas que menoscaben la integridad del territorio nacional. Idénticas sanciones se aplicarán a quien hiciese ingresar al país o distribuyese en el mismo, cualquier obra que contenga una descripción o representación total o parcial de la República Argentina no aprobada por el Instituto Geográfico Militar”.

¿Cómo afecta esto a la representación de las Malvinas y de la Antártida Argentina en los mapas?

Las situaciones de las Malvinas y de la Antártida son bastante diferentes. Existe el llamado Tratado Anta?rtico, firmado el 1 de diciembre de 1959, que dispone que las tierras y las barreras de hielo ubicadas al sur del paralelo 60° estara?n destinadas a usos diversos con fines paci?ficos y cienti?ficos, y que no sera?n sujetas a reclamos de soberani?a mientras este?n en vigencia dichos acuerdos. Con su adhesio?n al Tratado Anta?rtico, la Argentina reconoce expli?citamente que no posee soberani?a sobre esos territorios. Sin embargo, la Ley de la Carta prohi?be publicar mapas de la Repu?blica Argentina que no incluyan el “famoso” triangulito que hemos aprendido a llamar “Anta?rtida Argentina”, aunque tal cosa no existe. Ma?s au?n: el arti?culo 4° del Tratado dice que “ninguna actividad que se realice mientras este? en vigencia el tratado servira? para hacer valer, crear, apoyar o negar un fundamento de reclamacio?n de soberani?a territorial”. Este tipo de mapa no contribuye en nada a una eventual negociacio?n. Y, sin embargo, se insiste todavía más: en 2010 el congreso argentino sanciono? una la ley que determina la obligatoriedad del uso del llamado “mapa bicontinental” –en el que la parte continental del territorio argentino y el sector anta?rtico reclamado por el Estado se representan en la misma escala– en todos los niveles educativos asi? como tambie?n exige que sea exhibido en todas las dependencias pu?blicas nacionales y provinciales. Y no olvidemos que forma parte del nombre de la provincia del Tierra del Fuego, desde que ésta dejó de ser Territorio Nacional en 1991. Es un poco incoherente pero muy efectivo para crear “conciencia nacional” en la ciudadanía.

En cambio, lo de las Malvinas es diferente, ya que el hecho de que se las incluya con el nombre Islas Malvinas y entre paréntesis se agregue (“Arg.”) es coherente con el reclamo que el Estado argentino viene sosteniendo en todos los foros internacionales.

Hablar de que la Argentina participa en la disputa internacional por el petro?leo no es tan roma?ntico ni efectista como poner la noticia en el marco de la cuestio?n de la soberani?a sobre las Malvinas y con eso entusiasmar a los ciudadanos ingenuos.

¿La ampliación de la plataforma continental favorece el reclamo argentino sobre la soberanía de las Malvinas?

El mar argentino que aparece pintado de otro celeste ma?s oscuro en los mapas (y engloba a las Malvinas) no esta? delimitado por la plataforma continental sino por lo que decide la Comisio?n del Li?mite Exterior de la Plataforma Continental, o?rgano cienti?fico creado por la Convencio?n de la ONU sobre Derecho del Mar. El mar continental es un territorio mari?timo sobre el que un pai?s ejerce su derecho de soberani?a y explotacio?n econo?mica, y es algo que se le otorga a todos los pai?ses segu?n sus mares adyacentes. Recientemente fue modificado el li?mite exterior del Mar Argentino y se celebraba que eso ayudari?a en el reclamo de soberani?a. Eso es altamente dudoso: ningu?n medio quiso informar que, en realidad, la comisio?n que trata la cuestio?n de la soberani?a es otra diferente de la que trata los mares nacionales. Y, en los hechos, esa modificacio?n de los alcances del Mar Argentino so?lo altera –en beneficio de la Argentina– las condiciones de explotacio?n: antes la soberani?a mari?tima argentina se extendi?a hasta los 200 metros de profundidad y ahora llega hasta los fondos –lo que implica la posibilidad de perforacio?n petroli?fera–. Pero claro: hablar de que la Argentina participa en la disputa internacional por el petro?leo no es tan roma?ntico ni efectista como poner la noticia en el marco de la cuestio?n de la soberani?a sobre las Malvinas y con eso entusiasmar a los ciudadanos ingenuos.

La historia heroica, los mitos fundacionales, la definición de feriados, los héroes nacionales confluyen en la construcción de una identidad colectiva en cualquier Estado. ¿Cuál es el aporte de la geografía en este sentido?

La geografía contribuye a la épica nacional fundamentalmente a partir de lo que podríamos llamar “nacionalismo territorial”, es decir, hacer encarnar en el territorio los valores de la nación para que la “comunidad imaginada”, en términos de Benedict Anderson, ancle sus sentimientos de referencia y pertenencia. Y eso se aprende, primero, en la escuela. Luego circula en distintas esferas de la vida social y se naturaliza. De hecho, el nacionalismo territorial se apoya en ciertos mitos como, por ejemplo, el de que la Argentina siempre y sistemáticamente fue perdiendo territorios cuando, en realidad, si comparamos los primeros mapas oficiales de la Confederación Argentina que, por cierto, no incluían la Patagonia (como el de Victor Martin De Moussy, entre otros) con el actual, la superficie territorial de la Argentina se ha duplicado. El problema es que la cuestión territorial se ha vuelto un tema extremadamente sensible y no siempre están dadas las condiciones para abordarlo analíticamente sin ser tildado de “antinacionalista”.

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