jueves 28 de marzo de 2024
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CFK perdió la fe en el voto popular y el peronismo deberá elegir entre ella y la democracia

Cristina Fernández acaba de notificarnos que se arrepiente de haber entregado el mando. Hasta ahora sólo parecía incómoda por haber dejado la presidencia, molesta por haber perdido. Es más. Mucho más.

Por primera vez, desde 1983, un presidente electo por el pueblo niega legitimidad a su sucesor y convoca a extirpar la voluntad popular expresada a través del voto.

Por primera vez, desde 1983, un presidente electo por el pueblo niega legitimidad a su sucesor y convoca a extirpar la voluntad popular expresada a través del voto. Los ex presidentes –sean del hemisferio norte o sur, provengan del conservatismo, el progresismo, el socialcristianismo o la izquierda– consideran parte de su obligación colaborar para la tolerancia y desterrar –desde el lenguaje hasta las acciones– aquello que enturbia la convivencia pacífica.

CFK acaba de hacer lo opuesto. En su gira europea declaró ilegítimo a Macri y se atrevió a teorizar sobre el fin de la democracia.

Semejante desafío al orden político –y al voto ciudadano, llave maestra de todo el andamiaje institucional– parece no haber conmovido al resto del peronismo, más preocupado en conservar los votos cristinistas del conurbano que en comprometerse definitivamente con la legalidad de una democracia que sólo puede basarse en la expresión del pueblo argentino.

Semejante desafío al orden político –y al voto ciudadano, llave maestra de todo el andamiaje institucional– parece no haber conmovido al resto del peronismo

La ex presidenta descalifica a Cambiemos: “un gobierno neoliberal que llegó por estafa electoral con una máquina mediática que sólo habla de nosotros, un gobierno que no ha tenido el respeto por la democracia que tuvimos nosotros, que no respeta a las instituciones”.

Veamos cuánta verdad hay en tales conceptos. Macri está tan lejos del neoliberalismo –al menos hasta hoy– que el enorme déficit fiscal dejado por CFK no sólo no disminuyó sino que aumentó. Al tiempo que los exponentes más claros del neoliberalismo –como Esper o Melconian– no dejan de despotricar contra el gobierno por mantener altísimo el gasto estatal.

De hecho, Cristina aseguró que los medios manipulan a los ciudadanos y que son necesarias “nuevas arquitecturas” para “defender la democracia”.

La ex presidenta dijo que el gobierno de Macri “se va despojando de los ropajes preelectorales que prometían que la gente no perdería nuevos derechos ni seguiría siendo pobre. Se trata de la más formidable estafa electoral de la que se tiene memoria”. Y de esa “estafa” son en parte responsables, sostuvo, “los medios hegemónicos” por su “cobertura mediática”. De hecho, Cristina aseguró que los medios manipulan a los ciudadanos y que son necesarias “nuevas arquitecturas” para “defender la democracia”.

Según la ex presidenta, “en los años sesenta y setenta, a nosotros nos decían algo y sabíamos distinguir lo que había detrás de lo que nos decían y lo que estaba pasando porque estábamos instruidos intelectualmente, estábamos formados, éramos una generación muy de lectura, de análisis y con capacidad para generar pensamiento abstracto”.

Según los cables, Cristina dijo ante parlamentarios europeos: “Estamos frente a una sociedad que no está capacitada para leer lo que pasa detrás de las noticias. Hoy estamos ante una sociedad que no tiene los instrumentos como para poder leer todo lo que le dicen y le cuentan. No es mediocridad, no es ignorancia. Estamos ante un fenómeno comunicacional y de información muy diferente al que tuvimos nosotros a través de libros, a través de lo empírico de cada uno de nosotros en la actividad política. Hoy hay una tendencia hacia lo individual, y con muy buenas intenciones. Militantes digitales que se sientan a debatir sobre temas. Es muy bueno, pero es una construcción individual. Esto lleva a una individualidad comunicada”.

Para solucionarlo, cree la ex presidenta, “hay que desarmar los paraísos mediáticos y deconstruir los infiernos mediáticos para recuperar una formación de la ciudadanía”.

Es asombrosa la cantidad de inexactitudes. Por citar apenas una, durante la campaña electoral de 2015, el Frente para la Victoria hacía campaña a través de la totalidad de la red de medios públicos nacionales, y también de la gran mayoría de los canales privados de televisión, tanto abiertos como de cable.

…durante la campaña electoral de 2015, el Frente para la Victoria hacía campaña a través de la totalidad de la red de medios públicos nacionales, y también de la gran mayoría de los canales privados de televisión, tanto abiertos como de cable.

Como el FPV fue derrotado, la democracia no sirve. Como resultaría evidente que la mejor opción es la kirchnerista, la derrota K ratifica la validez del apotegma.

Es curioso que en 2007 y sobre todo en 2011 la misma CFK haya agradecido y enaltecido la voluntad ciudadana. No se explica por qué en 2007 con Clarín a favor, sacó menos votos que en 2011, cuando Héctor Magnetto ya estaba en la vereda de enfrente.

Tampoco esbozó explicación de por qué en apenas cuatro años el pueblo pasó de comprender todo y darle una victoria por casi cuarenta puntos a dejar de entender y propinarle una derrota.

Juan Perón dio un ejemplo inverso en los años setenta. Preguntado sobre los medios de comunicación, recordó su victoria cuando todos los diarios estaban en su contra. Y su derrocamiento de 1955, con radios, diarios y revistas, unánimes y en manos justicialistas.

Perón había aprendido la lección. Los medios no definen la batalla.

De otro modo, ¿cómo se derrumbó la Unión Soviética, tras setenta años de férreo control sobre diarios, revistas, radio, piezas de cine y teatro, luego la televisión y todo modo de expresión?

Hijos de la modernidad

Los partidos políticos y la prensa nacen en la misma época: son la expresión de la lucha de la naciente burguesía contra el corsé reaccionario. La libertad de pensamiento y de expresión, la búsqueda de representación más allá de la nobleza, la incorporación a la vida pública de mercaderes, financistas e industriales, los límites al poder real y la magistratura del Bien y el Mal que hasta entonces monopolizaba la Iglesia.

Los partidos políticos embrionarios y los medios de comunicación iniciales compartían el mismo propósito: ir arrancándole poder a los gobernantes. Esa es la tradición anglosajona que inaugura Gran Bretaña y continuarán sus colonias de América del Norte.

Con el avance del sistema democrático se consolidaron dos instituciones: los partidos políticos, que organizan a los ciudadanos sobre valores, ideas y formas de acceso al poder.

Por otro lado, los medios de comunicación, que se independizan de las facciones alas que apoyaban y se van convirtiendo en un poder en sí mismo.

Los medios, con el paso del tiempo, dejan de ser meros cronistas de las palabras y acciones de los políticos y comienzan a hurgar y constatar sus hechos. A fines del siglo XX la prensa partidaria –muy influyente en naciones tan diversas como Francia, Italia, Chile y el Uruguay– pierde peso. Los ciudadanos la abandonan. Crecen los medios ajenos a los partidos. Por supuesto, cada medio sostiene ideas y valores propios. 

El poder mediático avanza hasta desafiar a los partidos y disputar su influencia sobre los ciudadanos. El espacio público, entonces, es un lugar de cooperación pero también de conflicto entre organizaciones partidarias y organizaciones mediáticas.

Es parte, naturalmente, de la diversidad del reparto del poder en las sociedades plurales y tolerantes.

Es cierto, por otro lado, que la enorme mayoría de los medios defiende el sistema capitalista. Lo mismo que las petroleras, las empresas químicas, las metalúrgicas y textiles, las punto.com y el universo de la empresa privada que, por definición, no desea que los estaticen.  Como sigue enseñando Karl Marx, en toda sociedad las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes.

Los medios, en su mayoría sostienen posiciones del establishment. Aunque la derecha norteamericana –una línea que viene desde 1964 con Goldwater a lo largo de ya medio siglo hasta Donald Trump– cuestiona a la mayoría de la prensa norteamericana por “liberal”, es decir, en la terminología norteamericana, izquierdista.

Historias de las viejas

La posición de Cristina Fernández recuerda al cardenal Cisneros, confesor de la reina Isabel de Castilla y arzobispo de Toledo.

En la capitulación de Boadbil, último rey moro de Granada, los reyes católicos se comprometieron a respetar el credo mahometano (1492). Siguieron reuniones y debates teológicos entre clérigos cristianos e islámicos. El cardenal anhelaba la conversión. Los doctores musulmanes se mantenían firmes en su fe. Cisneros perdió la paciencia. Furioso, concluyó que no aceptar la evidente superioridad del cristianismo era prueba evidente de mala voluntad. Allí nació la brutal Pragmática de conversión forzosa de musulmanes (1501). Produciría estafas, dolores y, finalmente, desesperados levantamientos moriscos. Con los musulmanes, perdió España artesanos irremplazables. La misma intolerancia desencadenó el éxodo judío que eliminó un sector que podría haber llevado a la península a un capitalismo moderno. El mismo que los expulsados llevaron a Inglaterra y los Países Bajos.

La intolerancia sería fatal para España. Clausuró la modernidad de la superpotencia que estaba incorporando América a sus dominios

La intolerancia sería fatal para España. Clausuró la modernidad de la superpotencia que estaba incorporando América a sus dominios.

También remite a la vieja Rusia. Pero no a la bolchevique y revolucionaria, sino al imperio de los zares, la Casa de los Romanoff.

Cristina se parece, sin saberlo, a los absolutistas contra-revolucionarios. En primer lugar, porque nadie votaba. “La autoridad del soberano era ilimitada, como la del padre. Esta autocracia es solo una prolongación de la autoridad paterna” (Anatole Leroy-Beaulieu).

Durante el siglo XX seguía vigente el Samovlastnyi: “Su Majestad es un monarca absoluto que no está obligado a responder de sus actos ante nadie en el mundo, que tiene el poder y la autoridad para gobernar de acuerdo con su deseo y su voluntad” (Reglamento Militar de Pedro el Grande, 1716). Más aún, hasta 1905 no hubo gabinete de ministros. Cada jefe de cartera era nombrado por la máxima autoridad y nunca se cruzaba con el resto. 

 “Los funcionarios imperiales eran designados y avanzaban sobre la base de criterios indefinidos, que en la práctica se centraban en la completa lealtad a la dinastía, la obediencia ciega en la ejecución de las órdenes y la aceptación incuestionable del statu quo” (Richard Pipes). Se estimulaba “el servilismo hacia los superiores y la grosería con todos los demás”.

Esa burocracia “seguía actuando en primerísimo lugar como personal exclusivo del monarca y no como un funcionariado al servicio de la nación. El funcionario ruso juraba lealtad no al Estado o la nación, sino a la persona del gobernante. Actuaba íntegramente conforme a la voluntad del monarca y sus superiores inmediatos” (Pipes).

Tal y como Cristina desearía, la Rusia zarista era administrada como una hacienda privada, con el monopolio de la autoridad política, la concentración de los recursos y el monopolio de la información pública. Los ministros eran “grandes domésticos”, según bautismo de Piótr Balúiev, ministro del Interior de Alejandro II.

El argumento de la oligarquía

El desafío más grave de la ex presidente es la propuesta de modificar la forma de elegir gobierno. Dado que la gente es influenciada con facilidad, dice CFK, el voto deja de ser útil. 

El desafío más grave de la ex presidente es la propuesta de modificar la forma de elegir gobierno. Dado que la gente es influenciada con facilidad, dice CFK, el voto deja de ser útil.

El argumento no es nuevo: lo usaba la generación del Ochenta. Los tiempos en que las élites despreciaban a las masas. Repetían que las gentes comunes no acababan de comprender los secretos de la democracia, que carecían de instrucción mínima, de suficiente información para saber qué les convenía. En fin, que el sufragio universal estaba muy bien, pero para otros pueblos más cultos y en futuros indeterminados. 

Este argumento ni siquiera fue unánime. Lo sostuvo, incólume, el roquismo. Porque Carlos Pellegrini –el otro líder del Ochenta– terminó sus días exigiendo el sufragio universal y su discípulo Roque Sáenz Peña, ya presidente de la Nación, tuvo el honor de impulsar y promulgar la ley del voto universal, obligatorio y secreto.

El desafío peronista

La escandalosa propuesta de Cristina aterriza en un peronismo bonaerense que parece estar marchando hacia la convergencia con ella.

Este episodio pone una barrera. Desde 1983 el PJ viene mostrando un creciente respeto por las libertades tradicionales del liberalismo político. La boutade de la ex presidente es un desafío a ese peronismo republicano indispensable para la consolidación institucional. Una cosa es un abanico de opiniones dentro de la democracia y otra, completamente distinta, promover el fin del reino de la voluntad popular y, en los hechos, una censura de prensa feroz.

Uno puede empezar a comprender por qué el cristinismo nombró al general Milani al frente del Ejército, por qué quiso monopolizar los canales de televisión abierta y de noticias, por qué rehúsa denunciar el vuelco dictatorial de Venezuela. El país necesita que el resto del peronismo no mire para otro lado y ratifique su repudio a tales desvíos y su vocación de construcción en la variedad de voces, en la diversidad de la democracia y en el acatamiento más respetuoso y obediente a la voluntad popular expresada en elecciones libres.

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