viernes 29 de marzo de 2024
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Quintana-Lopetegui no funcionan. ¿Podremos encontrar un Bianchi?

Son los coordinadores. Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, los alfiles de Marcos Peña en la Jefatura de Gabinete de Ministros. Quintana es el secretario de Coordinación Interministerial, Lopetegui el secretario de Coordinación de Políticas Públicas. Sus tareas son difícilmente discernibles. Los dos coordinan a los ministros. Es decir, los supervisan, les toman examen, les dan instrucciones. Dicen que Prat Gay fue eyectado por no dejarse coordinar: cuando era convocado se escurría; prefería enviar un subordinado. Frigerio también se ufana de no permitir que se inmiscuyan en su entretela.

Ser ministro, en la imaginación popular, era llegar a los lugares de mayor respeto. El exigente Servicio de Su Majestad en el Reino Unido. El hombre de Estado que exalta el severo protocolo español. Grand commis de l’État, lo llaman los franceses con pompa republicana. Esa reverencia a los hombres de poder y prestigio que envidian y tratan de emular, sin éxito, los jefes de la mafia.

Ministros. Las figuras que están para atreverse a contrariar a reyes y presidentes, a primeros ministros y cancilleres. Los Hombres del No. Los valientes que antes de firmar a disgusto se van a su casa. Un monumento al decoro y –por qué no– a la convicción de su dignidad personal, su prestancia de estadista.

Pues bien, ministro que acepta ser coordinado, ministro que deja de ser ministro.

En los buenos viejos tiempos, los ministros recibían la confianza del presidente. Había dos formas de terminar su gestión. Una, cuando el presidente los cesaba por decreto. La otra, cuando el ministro estaba en descuerdo en algo esencial (porque los ministros siempre deben aceptar cosas que no comparten, pero jamás cuando les repelen o las consideren excesivamente negativas).

Ministros tenía Alfonsín. Ministros tuvo Menem. Ministros convocó De La Rúa. Duhalde tuvo ministros. Kirchner heredó algunos hasta que decidió que no debía haber más voluntad que la suya. A CFK jamás se le ocurrió tener ministros.

Los coordinadores

El periodista Carlos Reymundo Roberts publicó en La Nación que el gobierno de Macri es un triángulo. Frigerio y Monzó en un lateral (digamos el político) y Lopetegui-Quintana en la gestión gubernamental. Marcos Peña en el vértice de ambos. La imagen parece reflejar exactamente el esquema de gobierno.

¿En qué se inspiran los coordinadores?

Lopetegui y Quintana –es decir, Quintana y Lopetegui, como Rosencrantz y Guildenstern en Hamlet, afanosos cortesanos que tratan de cumplir los deseos del nuevo rey de Dinamarca– comparten su entusiasmo por el Método de Caso.

¿Qué es el Método de Caso que practican los coordinadores? Nacido en Harvard, se ha extendido por las escuelas de negocios de los Estados Unidos. También llamado Estudio de Caso, pretende analizar la economía objetivo por objetivo.

En rigor, una herramienta de análisis originada en las ciencias sociales y la filosofía –en la casuística medieval–, que la Universidad de Harvard tomó y desarrolló con fines educativos a principios del siglo XX, en su Escuela de Leyes. Luego se extendió –y popularizó– en Administración y Negocios. Según sus cultores, favorece la participación de los alumnos, sin necesidad de una activa acción del docente. Es decir, estimularía la iniciativa y el análisis de quienes aprenden. La utilización más extendida es un problema (ejemplo: cómo se resolvió la crisis de General Motors) que debe ser analizado y trabajado por el estudiante, quien propone cursos de acción.

        El estudio académico de casos implica una metodología y rigurosidad que el estudio de casos educativos no requiere. En estos casos, se busca que el alumno advierta modos de enfrentar situaciones problemáticas. Hay decenas de definiciones sobre ambos sistemas, todas ellas diferentes.

        En general, el Método de Caso se utiliza como anexo para un abordaje general sobre un tema determinado, pero no reemplaza el análisis. En Negocios y Administración ha devenido herramienta muy usada en las universidades. Ventajoso para cierto abordaje, también se intenta aplicar en macroeconomía, pero dado que ésta estudia el equilibrio general, el Estudio de Caso resulta claramente insuficiente.

            Por tanto, parece demasiado modesto para intentar un abordaje exitoso de políticas públicas. El análisis caso por caso pierde de vista el conjunto y pretende que todo problema puede solucionarse sin necesidad de comprender del todo su matriz. El defecto central se basa en la falta de contextualización y la ausencia de un diagnóstico profundo. Con lo cual el objetivo puede cumplirse en el corto plazo, pero el problema está condenado a reaparecer una y otra vez.

            Pega con el espíritu yanqui de “ser práctico”. Sus méritos son obvios. Pero confunde los síntomas con el problema propiamente dicho. De algún modo es el esquema del psicoanálisis conductista, también muy extendido en los Estados Unidos, basado en terapias cortas que recortan una cuestión puntual y tienden a buscarle una salida, sin necesidad de un largo tratamiento capaz de desentrañar el origen profundo del malestar.

            Traído a la Argentina, el análisis caso por caso ha llevado, por ejemplo, al desorden y fracaso de los aumentos tarifarios, hechos sin estudios de simulación sobre las consecuencias para el nivel de actividad, la economía de las familias o el efecto práctico mensurable sobre pequeñas empresas y comercios en frágil equilibrio, que un pequeño aleteo podía –y pudo– terminar de complicar o incluso hundir.

            Quintana-Lopetegui están fallando. Su rendimiento –es decir, la perfomance oficial– está por debajo de las expectativas y otra vez Mirtha Legrand acaba de exhibir el enojo de una ancha franja de votantes de Cambiemos que quiere su éxito pero atisba que el camino elegido no conduce al paraíso sino al despeñadero.

            Tal vez Mauricio Macri deba recordar que sus primeros tiempos en Boca fueron de fracasos deportivos con los elegidos por él. Primero Bilardo, luego el Bambino Veira. Recién acertó –¡y cómo!– con Carlos Bianchi. Macri-Bianchi nunca se quisieron mucho, pero construyeron el ciclo más exitoso de la historia de Boca. Bianchi, el virrey, nunca se dejó coordinar. Igual que aquellos recordados, admirados y viejos ministros.

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