viernes 19 de abril de 2024
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El nuevo fascismo muestra su rostro

Algunos, más diplomáticos lo llaman neo-fascismo. Pero se quedan cortos. En estos días que estamos metidos hacia adentro en la Argentina, viendo que hace o deja de hacer el gobierno, cómo se mueve el kirchnerismo, que pasará con las divisiones dentro del peronismo, que nos ocurre con la endemoniada forma de vivir en Buenos Aires, donde cualquiera -desde piqueteros hasta chicos que toman cerveza sentados en la calle- ocupan el espacio público, algunos con violencia y otros pacíficamente, el mundo parece algo lejano, donde no tenemos incumbencia.

Empero surgen voces contra la invasión de gente de los países vecinos que roban los puestos de trabajo de los argumentos, añejo argumento que en cierto momento de los últimos años manejó, sin suerte, el sindicalismo. Imbuidos de una cifra falsa: los no-argentinos apenas representaban el 4% de la fuerza de trabajo. No había ningún peligro.

Pero no es cierto que Argentina es una isla solitaria en el Pacífico. Estamos en este mundo, todo lo que sucede más allá de nuestras fronteras nos impacta y puede perjudicarnos o beneficiarnos, según la ocasión.

El fascismo es el racismo, el nacionalismo extremo, la xenofobia, el incremento de los prejuicios, la división de las sociedades. Ese fascismo nunca ha cambiado. El “otro”, el “diferente” es un enemigo, una plaga, hay que extirparla. Antes de la Segunda Guerra se utilizaban contra ellos términos inauditos: eran microbios, gusanos, ratas.

Entonces, en aquellos terribles años treinta, los fascismos metieron en el Gulag o en los campos de exterminio a opositores políticos, a judíos, a gitanos, a polacos (tras la invasión en 1939), a soldados soviéticos prisioneros. No fueron sólo judíos los que entraron en las cámaras de gas. Los acompañaron todos los excluidos, marginados, maltratados, insultados. Es decir “los otros”, “los que no son como uno”, los calificados como “no arios”, los no calificados para vivir.

¿Trump que es sino un fascista? Escupe sobre los principios democráticos, tiene odio antimusulmán, desprecia a los mexicanos (que es despreciar a todos los latinoamericanos), reprocha constantemente a la prensa falsedad y la amenaza, está preparado para la guerra contra alguien, contra muchos. Ha aumentado el presupuesto en Defensa (que es transferirle miles de millones de dólares a las fábricas de armamento) ha dejado sin cobertura médica a cien millones de norteamericanos (porque es costosa), ha reducido al Estado, está en conflicto con los servicios de seguridad, sospecha de todos, sigue acusando a Obama de cuestiones que nada tienen que ver con el ex presidente, se envalentona. Hasta aparece en las fotos con rostros y poses mussolinianas. Tiene a medio país en contra. Pero lo sigue apoyando la América del Norte descuidada.

La base electoral de Trump han sido los obreros sin trabajo porque las fábricas partieron en búsqueda de menores impuestos y baja del costo de mano de obra. Han sido los que están empobrecidos desde hace décadas. Los del Partido Demócrata les dieron la espalda, se quedaron sin argumento, incumplieron con las viejas consignas partidarias y su compromiso con los sindicatos y, especialmente, con los obreros, un puente creado por Franklin D. Roosevelt, demócrata, desde los tiempos pobres de la década del treinta. Los demócratas, los que perdieron prefirieron rodearse de tecnócratas desde que Reagan los arrasó y trazaron grandes planes, pero se olvidaron de los marginados. No en vano, a Trump también lo votaron demócratas defraudados.

En Europa, la Unión Europea está resquebrajada, no económicamente, sino por el acelerado crecimiento de los nacionalismos extremos. Todo lo que permitió el surgimiento pacífico de las buenas relaciones entre europeos después de la Segunda Guerra Mundial, es decir las relaciones más estrechas a través del comercio y las buenas relaciones diplomáticas, se está derrumbando. Ha resurgido la xenofobia y el racismo con la entrada de millones de inmigrantes llegados de Medio Oriente en guerra y del África pauperizada en manos de dictadores. Buscan otros soles, otra manera de vivir, incluso arriesgándose a cruzar el Mediterráneo donde sólo el año pasado se ahogaron medio millón de personas.

Nadie sabe qué hacer con los recién llegados. Algunos ex-países comunistas han levantado muros o cercas con púas Otros los encierran hasta más ver. Se han creado campamentos que se parecen más a un gueto que a una residencia para refugiados o desamparados. Antes que llegaran en olas esos refugiados en Centro Europa se echó a los gitanos, los mandaron de vuelta hacia el Este.

Estos países que rechazan se abrazan a líderes que empiezan siendo nacionalistas y terminan con consignas fascistas. Perdieron en Holanda ahora (gracias a la juventud y al sector multiracial), pero los peligros no se han acabado. Porque vienen las elecciones francesas donde asoma Marie Le Pen, del Frente Nacional que no es ninguna beba de pecho, dispuesta a hacer lo mismo que propuso Trump y mucho más. Ese Frente Nacional es una mezcla extraña donde militan no sólo los marginados sino los que se quedaron sin partido. Se ha dado el caso que dos ex-comunistas se han convertido en alcaldes en nombre del Frente Nacional.

En Italia, el movimiento Cinco estrellas, creado por el cómico Beppe Grillo, sigue presente, amenazando la estabilidad de un país que puede convertirse en otra Grecia en cualquier momento (los bancos tienen tal cantidad de deudas, tan inmensas que el Estado no puede socorrerlos). Los de Grillo son nacionalistas antiinmigrantes y están aliados a nivel continental con movimientos de perfil fascista.

La crisis financiera de los bonos-basura del 2008 repercutió drásticamente en Europa y empobreció a muchos. Eso aumentó y potencializó la extrema derecha resentida. Hay parlamentarios nazis en Grecia. Los hay también en Hungría. Y en otros países.

Como si todo fuera poco Putin quiere recrear el viejo Imperio Ruso, reclama viejas posesiones que ya no eran de ellos y se enfrenta a la OTAN, de palabra por el momento. Putin ha demostrado que no le importa quitar con un solo golpe de mano la soberanía de Ucrania sobre el principal puerto ruso en el Mediterráneo: el histórico Sebastopol.

Este clima impacta decididamente en las relaciones comerciales a nivel mundial, desconcierta, deja perplejas a muchas potencias. Porque a la inestabilidad general se le suma el proteccionismo que es la bandera de Trump.

Son los años que viviremos en peligro.

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