viernes 19 de abril de 2024
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Russia First

Para ser potencia mundial, Rusia, de frágil economía y fuerte política exterior, debe mantener sólido y estable su frente político interno. Vladimir Putin, el líder más antiguo de Rusia desde Joseph Stalin, con dos décadas en el poder, maneja con mano de hierro el frente doméstico. Su popularidad no es tan alta como supo ser y en Moscú y otras regiones se le animan los opositores. Esta semana, el portavoz del Kremlin Dimitri Peskov salió al cruce de lo que algunos medios internacionales titulan “crisis política” en ese país, a raíz de las continuas protestas surgidas por la proscripción oficial que recayó sobre candidatos opositores al aparato oficialista.

Las prohibiciones y las protestas son manejadas a mamporro limpio por la policía. Cada fin de semana desde mediados de julio, miles de personas salen a la calle para denunciar la exclusión de los candidatos independientes a las elecciones locales del 8 de septiembre.

La última de las manifestaciones masivas organizadas para reclamar elecciones libres, reunió más de 60.000 almas en Moscú, de las cuales 250 fueron detenidas, entre ellas el líder de la oposición Alexéi Navalni, las que fueron condenadas a cortas penas de cárcel y a las que se les inició una investigación por “disturbios masivos”, que abre la vía a penas de varios años de prisión.

Peskov instó a distinguir, en declaraciones a AFP, a las “movilizaciones autorizadas” de las que podrían calificarse de “intentos de organizar y de arrastrar a la gente a desórdenes públicos”. Y, “Consideramos totalmente inaceptable el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía, pero totalmente justificada la firmeza de las fuerzas de seguridad para poner fin a la perturbación del orden público”, remató.

Entre los manifestantes detenidos y condenados figuran varios candidatos de la oposición que no recibieron autorización para presentarse a los comicios en la capital rusa. “Cada aspirante cuya candidatura fue rechazada tiene el derecho de apelar ante la justicia”, declaró Peskov.

Putin despliega el axioma zarista “Ortodoxia, Autocracia, Nacionalidad” que se vale de la represión tradicional y de sofisticados instrumentos para influir en el mundo, a través de la manipulación de las redes sociales y de agentes para difundir la falsificación y la propaganda, tal como se sospecha que lo hizo en la última elección de los EE.UU. a favor de Trump, o en el referéndum del Brexit a favor del debilitamiento de la UE.

En la tarea que ha emprendido Putin sobresalen el filósofo ruso Alexander Dugin –que visitó nuestro país en abril último– ideólogo de la multipolaridad, claramente anti liberal, anti globalización; propulsor del acercamiento del ex jefe de la KGB a la Iglesia Ortodoxa y creador de la “Cuarta teoría de la política”, una suerte de síntesis de lo mejor de las teorías marxista y liberal, que apoya la gestión nacionalista de Trump.

Dugin ha construido para Putin el concepto de la Unión Euroasiática con el que propone que Rusia vuelva a tener bajo su control todo el territorio de la Unión Soviética y ha establecido el Movimiento Internacional de Eurasia para Rusia, al que considera un país de una cultura única y predestinado al éxito, para que funda ambos continentes en un país expansivo.

Los signos de esta larga marcha rusa explicarían la invasión de Georgia en el 2008, la crisis de Crimea en 2014, desatando la guerra civil en Ucrania, en la formación de la Gran Rusia, y la intervención militar en la guerra civil Siria, salvando el régimen de Bashar al-Assad y estableciendo una alianza cada vez más estrecha con China para incentivar la competencia con los EE.UU.

No obstante, la corrupción, la impericia económica, los más de 20 millones de rusos que viven en la pobreza –de 144 millones de habitantes– y el comienzo de las disputas internas por la sucesión de Putin, no son el marco de estabilidad que el admirador de Pedro el Grande busca denodadamente para su país, aunque debe admitirse que los reconstruyó de las cenizas del experimento soviético para colocarlo hoy en un débil lugar expectante.

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