martes 23 de abril de 2024
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Melania Trump: el histrionismo de la muda

Hay una forma de protesta afilada y silenciosa que no requiere organización previa: la cara de culo. Melania Trump, con su facie europea, archi fotografiada, su mirada de enfoque astigmático en forma de V (V de villana) sabe hacer la carambola invisible para pasar de la sonrisa encantadora a la cara que impugna todo.

Su marido, antipático y victorioso, no la registra, o eso dicen los que odian a Donald, que son millones. No la toma de la mano como Obama a Michelle, no la besa, no la acaricia. Ella parece triste, gélida y antagónica al volcán de ese hombre que hoy quiere gobernar al mundo.

Melania de pronto, de un segundo al otro, mete unas caras de protesta razonablemente explicitas teniendo en cuenta semejante marido, semejante oposición. Algo no le gusta, algo le molesta, algo se merece su frialdad esculpida a fuerza de seriedad, inmovilidad y el arte de no parpadear. La mirada se proyecta como un dardo en vuelo.

Hasta aquí algo que no requiere mayor habilidad, diría cualquiera de las lectoras de esta nota. La cara se te pone sola, diría otra. La cara es el preámbulo al estallido. Es un rellano placentero en el que se planifica el argumento peleador, en el que se rumian las demandas y en el que se comienza a cocinar el llanto. Es el momento en el que cualquier mujer, se niega para sí misma, el coqueteo con la idea de lamerse las heridas. Es preferible torear antes que lamerse sola las heridas.

Yo le diría a Trump: te conviene correr.

Pero Trump es cabronamente Trump. Entonces qué se hace con Melania. De qué lado del Síndrome de Estocolmo la ponemos. De qué lado del Síndrome de Estocolmo ponemos a cualquier mujer. La verdadera revolución feminista es haber logrado que a todas nos quepa, con justicia, más que a ellos, la presunción de inocencia. Aún jodidamente malas, locas, absurdas, avaras o dañinas somos antes que todo eso, inocentes. Como los niños. Necesitamos esa etiqueta y padecemos esa etiqueta.

¿Entonces, Melania Melania está dormida o Melania Melania está despierta? #FreeMelania surgió durante la Marcha de Mujeres, al día siguiente de la asunción de Trump, cuando más de dos millones de personas marcharon para ponerle un límite a Trump y su logorrea de desprecio y de amenazas. El dilema político encontró en la figura de Mrs. Trump un objeto de discernimiento. O se la veía cómo quién refrendaba a Trump por el hecho de ser su esposa, o se la veía como una víctima de Trump por el hecho de ser mujer. O era fuerte o era débil. O era débil o era débil. Finalmente se optó por un relato en el que Melania está presa de su propia ambición, de sus pocas luces, de su belleza a rajatabla. Allí está sometida, no podría ser de otra manera con un monstruo semejante, al poderío y al machismo de su esposo egocéntrico y síndico de un orden extremista. Entonces surgieron carteles del tipo: “Melania, parpadea dos veces si necesitas ayuda”.

El relato de la cándida princesa atrapada en la torre de un castillo se renueva con vigor para defender la causa feminista. Es la metonimia de tantos abusos mayores, y es el relato que astutamente vieron que podía deducirse del vínculo de este matrimonio con dos personalidades aparentemente sin contradicción en sí mismas y necesariamente antagónicas y complementarias en la ecuación sexo – poder que se nos viene a la mente cuando vemos parejas desparejas.

Pero hubo un hallazgo, en las grabaciones de las ceremonias, que alimentó el pavor hacia Donald. Trump asumiendo y Melania parada detrás, sonriente y emocionada, Donald se da vuelta con una sonrisa que abarca todo el instante y todo lo que está en juego. Ella devuelve a la perfección y espera su parte de sonrisa. Cuando culmina el giro Donald Trump choca su mirada con la de Melania, su cara sale del plano mientras se ve que le empieza a decir algo a ella. Y ella, como una niña regañada en el patio de un colegio severo, baja la mirada y casi que hace un puchero, pero más bien abstraída y mal afectada.  La imagen se viralizó mundialmente. Y la pregunta, sin respuesta, es “¿Qué le dijo Trump a su esposa?”. Qué le habrá dicho, en ese momento, para que ella acalle su sonrisa y entristezca aceleradamente como si le hubieran refritado su temor más íntimo con una palabra o un gesto que corresponde a un condicionamiento adquirido.

A las semanas Melania aparece en la tapa de Vanity Fair México haciendo una vuelta de tenedor con unos collares símil spaghetti servidos en un plato hondo. La mujer alimentada a joyas y a lujos muestra su ambición material e intrascendente como una necesidad básica, que en su caso, está satisfecha. La provocación no tiene sentido, ni gracia.

Tal vez Melania no piensa en parpadear dos veces, chicas.

Para comprenderla tal vez sea necesario entender de dónde proviene: Eslovenia es una pequeña Nación surgida tras la inevitable balcanización de Yugoslavia. Melania habla ese idioma perdido entre el laberinto de dialectos centroeuropeos, le enseñó esa lengua a su prole, y cautivo al ultramagnate y ahora presidente con su distancia, su exotismo y por su cuerpo de modelo con tacones lejanos.

Hoy Melania tiene poder pero no lo ejerce. Es una primera dama eclipsada por el vendaval presidencial, por ese fuego que amenaza con incendiarlo todo. Pero no a ella, acostumbrada a los millones y a la discreción obligada, porque, lo sabe mejor que nadie, Donald Trump quiere el primer plano para él solito.

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