jueves 25 de abril de 2024
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Recordando cómo fue el comienzo del fin de la Segunda Guerra Mundial

Recién en los últimos años los historiadores han podido explicar y en detalle que la guerra en Europa (se libraba otra en el Pacífico) no finalizó con la rendición de Alemania. A la guerra siguió otra guerra que perduró hasta los años cincuenta. Una guerra sin fin, con gran cantidad de muertos, multitudes desarraigadas, hambre,traslados forzosos a miles de kilómetros de distancia, maltratos, suicidios, atentados contra la dignidad, venganzas, encierros en campos para prisioneros que duraron años, todo en el marco de una violencia incontenible.

Se debe empezar por el comienzo del fin. Con el mayor frenesí homicida que el mundo haya conocido. El 20 de abril de 1945, hace ya 74 años, dos millones y medio de soldados soviéticos comienza el asalto de Berlín, la capital del Tercer Reich que dominó el Viejo Continente de manera salvaje desde la década del treinta. Combaten en las calles un millón de integrantes de la infantería roja y 200 mil polacos. Adolf Hitler, en su búnker, está ajeno a la realidad y cree en la resistencia popular. Cuando le informan que los rusos se encuentran a pocas cuadras, peleando casa por casa, Hitler se suicida, junto con Eva Braun, en su bunker, el 30 de abril de 1945. Pide que quemen sus cadáveres. Berlín se rinde el 2 de mayo, aunque continúan los combates en otros puntos de la misma ciudad y de ciudades vecinas, en especial en el norte de la capital. La rendición incondicional llegará entre el 8 y el 9 de mayo.

Mueren en el enfrentamiento urbano 400 mil soldados rojos. Los alemanes informan que su bando perdió 100 mil combatientes y hay 22 mil heridos. Son tomados prisioneros 80 mil hombres de uniforme y 22 mil civiles. Hace poco tiempo se sabe, a ciencia cierta, que los rusos violaron a más de 100 mil mujeres entre el 23 de abril y el 8 de mayo. Se desata un odio incontenible: ojo por ojo. En su entrada hasta Moscú, frenados en Stalingrado, los alemanes habían violado y quemado a pueblos enteros, con sus habitantes refugiados en las iglesias. Rusia había sido devastada, saqueada, mutilada. Los violadores, consentidos en un comienzo por Stalin, fueron luego frenados por los generales con cuarteles generales en la capital alemana.

Los rusos no entendían el lujo en el que vivían los alemanes frente a la miseria en la que habían crecido. Hubo mucho odio, mucha venganza, una profunda envidia e incomprensión. Pero los registros también demuestran que hubo gran cantidad de violadores en el ejército inglés, en el norteamericano y en el francés. ¿Solo expresión de una venganza o hubo algo más?

Como resultado de los abusos, nacieron cerca de 150 mil niños alemanes, cuyos padres eran soldados extranjeros que debieron padecer maltrato social y exclusión de por vida. El dilema se extendió a Europa. En Noruega, por ejemplo, se exigió la deportación de los niños que hubieran sido engendrados por soldados alemanes (de ocupación). Y se hizo retornar a los hijos de los noruegos y finlandeses que durante la guerra habían sido enviados a la neutral Suecia para ser dados en adopción. Con el paso de los años, los chicos nórdicos se fueron acostumbrando a tener dos padres y dos madres, los que los habían engendrado y los que los protegieron, ocultaron y salvaron sus vidas.

Alemania estaba en ruinas, política, social, económica y moralmente. Veintiséis millones de alemanes habían perdido su hogar como consecuencia de bombardeos y enfrentamientos armados.

Las más importantes ciudades alemanas habían sido atacadas desde el aire por norteamericanos e ingleses. Donde se computaron medio millón de víctimas. Precisamente fueron los ingleses los que dejaron en ruinas a Dresden, en una sola noche de ataques desde el aire. Desapareció el 80% del territorio que ocupaba Berlín. Los norteamericanos se encargaron de Hamburgo. En un solo día atacaron la ciudad con bombas incendiarias a la madrugada, al mediodía y a la noche, porque en su puerto se reparaban barcos y submarinos de combate. Y a cuyo puerto llegaban insumos indispensables para seguir la guerra.

Según cálculos aproximados, entre 1939 y 1945 murieron 38 millones de personas en Europa, sin contar los ocho millones de víctimas apresadas en campos de concentración en manos de las SS germanas. La Unión Soviética perdió 25 millones entre soldados y civiles. Las muertes en Polonia ascendieron a 5 millones, 350 mil en Francia, 270 mil en Hungría, 205 mil en Holanda y seis millones en Alemania, de los cuales 4 millones eran soldados.

Las granjas estaban destruidas, las cosechas, arrasadas y el dinero europeo carecía de valor. El politólogo Tony Judt hizo una descripción: “La comida aparecía solo en el mercado negro, si bien a unos precios que solo los delincuentes, los ricos y las fuerzas de ocupación podían pagar”. Entre tanto, la gente enfermaba. Una tercera parte de la población del Pireo, en Grecia, sufrió tracoma en 1945. Un brote de disentería, en Berlín, en julio de 1945, como resultado de los daños en los sistemas de depuración de agua, produjo 66 muertes infantiles por cada 100 nacimientos. En Varsovia, una de cada cinco personas padecía tuberculosis. Esa misma patología afectaba a 700 mil niños en Checoslovaquia. Se habían sacrificado millones de cabezas de ganado, sin reposición, por lo que no se conseguía leche, indispensable durante la niñez.

Todos los códigos morales estaban rotos y para las fuerzas de seguridad de los aliados era imposible conseguir que se respetara la ley. Los robos y los saqueos se acrecentaron vertiginosamente  y los índices de delincuencia juvenil se duplicaron incluso en zonas donde no hubo derramamiento de sangre, como Suecia, Suiza e Irlanda.

La violencia extrema era, para muchos, un hecho cotidiano. La agresividad bordeaba el desenfreno. El historiador británico Keith Lowe sugirió que se debía recordar que la mayoría de los soldados que habían cometido atrocidades eran ciudadanos corrientes antes de la guerra. La mayoría sintió un rechazo absoluto ante las acciones que les exigían llevar a cabo. “Con el transcurso del tiempo y la experiencia, el rechazo ante la supresión de vidas humanas se fue atenuando y fue sustituido por un placer perverso, incluso una euforia. Matar se convirtió en una adicción. En las etapas finales de la guerra los peores casos se observaron en las calles, a la vista de todos. Las consecuencias para la salud moral y física de la gente, sobre todo en Europa central y oriental, donde la violación estaba más extendida, fueron atroces”, explica Lowe.

Las multitudinarias poblaciones alemanas que históricamente residían en Polonia, en Checoslovaquia, en Hungría, en los países bálticos y en Rusia, y que habían gozado de importantes privilegios durante la guerra, pasaron a la categoría de parias perseguidos, maltratados y asesinados, a partir de 1945. Europa presenció migraciones multitudinarias a pie o en tren para el ganado del este hacia el oeste del Viejo Continente, dejando centenares de miles de muertos en los caminos o cerca de las vías. Fueron blanco de la furia popular. Se vieron obligados a huir de sus hogares, les negaron las raciones de comida y los humillaron, compitiendo en crueldad con los tratos dispensados por los nazis tiempo atrás.

Cientos de miles de los que estaban en fuga fueron reclutados como mano de obra esclava en las pocas fábricas que habían quedado en pie, en minas de carbón y en distintas granjas. Los demás fueron enviados a prisión o llevados a instalaciones de tránsito, en general, los campos de concentración donde habían encerrado y matado a judíos, homosexuales, Testigos de Jehová, gitanos, soldados rusos y polacos prisioneros.

En el este europeo muchos civiles alemanes que deambulaban solos o en grupo por los caminos fueron ejecutados sin juicio previo. Cualquier miembro de las SS que fuera descubierto (la mayoría tenían grabados un número en uno de los brazos) era asesinado en público, como forma de escarmiento. El Ejército Rojo apresó a 70 mil soldados italianos enviados por Benito Mussolini al frente ruso. La mayoría nunca regresó. Lo mismo les sucedió a más de 300 mil militares rumanos que vestían uniforme alemán y a los españoles falangistas de la Legión Azul (muchos pelearon en la defensa de Berlín, según el historiador militar Antony Beevor). Centenares de miles de prisioneros fueron enviados a los gulag rusos de rehabilitación ideológica y no retornaron a sus países de origen hasta diez años después de la conclusión de la guerra.

Los prisioneros de los alemanes que trabajaron forzadamente desde 1939 en las grandes empresas alemanas, en las granjas y las ciudades, despertaron de pronto en libertad y atacaron con saña y brutalidad a los que los habían capturado. Entre 1945 y 1947 los Aliados devolvieron al este más de dos millones y medio de prisioneros rusos, capturados en la invasión alemana relámpago en 1941. Stalin, con su consabida paranoia, sospechaba de los soldados rusos que habían levantado bandera blanca frente a las tropas nazis de invasión.Por eso, uno de cada cinco de los que volvieron fueron enviados a los gulags o directamente fusilados.

En Francia, Holanda e Italia, la guerrilla y la resistencia urbana contra los nazis (una minoría si se compara con la población total de cada país) persiguieron a los colaboracionistas del régimen germano de ocupación e hicieron justicia por mano propia. En Francia fueron fusilados 10 mil cómplices de los alemanes. Utilizaron “procedimientos extrajudiciales”, los llamados “tribunales populares”. Un tercio de las ejecuciones sumarísimas se llevaron a cabo antes del desembarco aliado en Normandía, el 6 de junio de 1944. La represalia no sorprendió a nadie. En todo caso, las cifras son bastante bajas teniendo en cuenta el nivel de odio y recelo que se había extendido en toda Francia después de 4 años de ocupación.

La represión contra los fascistas y los servidores de los alemanes en Italia fue muy violenta y despiadada. Los castigos fuera de los tribunales generaron 15 mil muertos. En Bélgica, la “depuración” tuvo una intensidad menor: arrastró a 265 hombres y mujeres, víctimas de linchamiento. Las mujeres que habían tenido relaciones con alemanes eran exhibidas en los pueblos y ciudades desnudas y rapadas, a la vista de todos.

Los judíos tampoco escaparon a esas penurias extremas. Eran pocos los que quedaban tras la liberación de los campos de extermino y cuatro de cada diez murieron a las pocas semanas por el estado en que se encontraban y las enfermedades que machacaban sus cuerpos. El este de Europa no resultó un lugar seguro para los judíos. En Polonia se desataron pogromos entre 1945 y 1947, especialmente en los sitios donde los judíos exigían a los ocupantes de sus casas y bienes que las desalojaran.

Una película polaca estrenada en 2012, Poklosie ('Consecuencia') muestra cómo los habitantes judíos de una población rural fueron víctimas de estos saqueos. Ese film despertó un ardiente debate en Varsovia entre los intelectuales, políticos y dirigentes civiles que aceptan la existencia de ese antisemitismo expoliador. El gobierno actual en Polonia, sin embargo, perteneciente al Mercado Común Europeo pero en abierta competencia contra sus autoridades, ha prohibido con penas severas decir que los polacos se ensañaron con los judíos.

Al principio las autoridades del bando aliado trataban a los judíos igual que a los demás deportados. En agosto de 1945, el presidente norteamericano Harry Truman dispuso que fueran alojados en instituciones de rehabilitación separadas que funcionaron en el centro de Europa y en el sur de Italia. Ni en la Unión Soviética, ni en Polonia, ni en ningún otro lugar mostraron interés en el retorno de los judíos. Tampoco fueron bienvenidos en el oeste del continente en ruinas. Recién entre 1949 y 1951, cerca de 350 mil judíos europeos marcharon a Israel. Otros 165 mil salieron para Francia, Gran Bretaña, Australia, Canadá y los Estados Unidos.

En Yugoeslavia, bombardeada y ocupada por los nazis, hubo enfrentamientos terribles entre serbios y croatas, y de ambos contra musulmanes, un antecedente de lo que sucedería allí en la década de 1990: una guerra de todos contra todos. Polonia se consagró a reconstruir y rearmar su Ejército, y por orden oficial, a fines de enero de 1846 rodearon a los ucranianos ultranacionalistas en el sur del país y los masacraron. En casi todas las naciones y rincones de Europa del este se padecieron las consecuencias de la violencia extrema.

En 1948, a instancias del presidente Truman, el Congreso aprobó en Washington la ley de personas desplazadas, enmendada y ampliada en 1950 y reemplazada en 1952 por una nueva legislación sobre inmigración. La legislación excluyó a la mayor cantidad de judíos, pero se abrieron las puertas del país de par en par para los solicitantes. El historiador norteamericano Ronald Newton indica que ello abrió, injustamente, los puertos y aeropuertos a cualquiera, porque el examen de ingreso era poco cuidadoso. Así pusieron un pie en Estados Unidos criminales de guerra nazi que entraron por la puerta principal con todos sus papeles en regla. Al mismo tiempo, una gran cantidad de científicos y militares que habían prestado servicio en las tropas alemanas durante la guerra fueron reclutados, muchos de ellos en forma legal y respaldados por el Departamento de Estado.

En Alemania, en menos de dos o tres años, funcionarios, jueces y profesionales nazis volvieron a las actividades que habían desarrollado antes y durante la guerra. No había nadie que los reemplazara para que el Estado siguiera funcionando.

En octubre de 1946, en tiempos de los Juicios de Núremberg, solo el 6% de los alemanes estaba dispuesto a admitir que este había dio “injusto”, pero cuatro años más tarde uno de cada tres alemanes sostenía esa misma opinión.

Según sondeos de opinión, entre 1945 y 1949 indicaba que el “nacionalsocialismo” en sí era una buena idea, pero “mal llevada a la práctica”. En noviembre de 1946, en otra encuesta, el 37% de los alemanes mostraba acuerdo con las premisas de que los judíos no deberían tener los mismos derechos que los pertenecientes a la raza aria.

Una vez constituida como nación, ya el 20 de septiembre de 1949, Konrad Adenauer declaró que su Gobierno estaba dispuesto a olvidar el pasado. En Italia, el periódico del Partido Demócrata Cristiano hizo un llamamiento al olvido. Todos llegaron a la década de 1950 dispuestos a enterrar cualquier responsabilidad.

En los famosos Juicios de Núremberg, que se desarrollaron entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946, varios jerarcas nazis fueron ajusticiados. No tenían escapatoria. Las acusaciones contra ellos por los crímenes de lesa humanidad que habían perpetrado estaban muy fundamentadas. Se habían descubierto, ocultos en cuevas, miles de documentos que probaban las atrocidades. En la localidad de Waischenfeld estaban ocultadas cajas con archivos personales, memorandos, órdenes, mapas, notas manuscritas e informes oficiales secretos acerca de los crímenes que se habían cometido.

Publicado en Infobae el 25 de abril de 2019.

Link https://www.infobae.com/opinion/2019/04/25/a-75-anos-del-comienzo-del-fin-de-la-segunda-guerra-mundial/?fbclid=IwAR2WTricSUO_IOBDVULcQ5wHYicGKAOy3sU6aK_0CbA73mxK7DvqjzBPHzI

 

 

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