martes 16 de abril de 2024
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Sabrina Ajmechet: “Todos los países tienen mitos que se parecen”

Entrevistamos a la historiadora Sabrina Ajmechet. Profesora de la materia Pensamiento Político Argentino en la carrera de Ciencia Política de la UBA y coordinadora de la maestría en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo de la UNSAM/Georgetown, conduce, desde hace unos meses, junto a Luciano De Privitellio, el programa Pasado Imperfecto, por Radio Nacional.

En el programa que conducís en Radio Nacional, arrancaron con un tema difícil de desmitificar, la Ley Saenz Peña. ¿Cuál fue el aporte y la diferencia real que permitió esa Ley en el escenario electoral posterior?

La ley Sáenz Peña suele ser vista como un punto de inflexión, como un antes y después en la historia electoral argentina. En gran parte esto es así porque, después de décadas de triunfos del Partido Autonomista Nacional, llega a la presidencia un presidente de otro partido: el radicalismo.

Pero hay muchas cosas para tener en cuenta. En primer lugar, que Hipólito Yrigoyen accedió a la presidencia contando con mucha fortuna, ya que no tenía los electores suficientes para ser designado (recordemos que en esa época había colegio electoral) y solo por un apoyo bastante sorpresivo de los electores del Partido Demócrata Progresista obtuvo la mayoría.

Por otro lado, como todos podemos intuir, es más sencillo cambiar una ley que las prácticas. La Ley Sáenz Peña tuvo la intención de sanear muchas prácticas que eran consideradas nocivas para la democracia, pero esto no sucedió ni de un día para otro ni de una elección para la siguiente. Uno de los problemas que preocupaba mucho a los sectores dirigentes era la cuestión de la violencia en los actos electorales. Las jornadas de elecciones se parecían más a campos de batalla que al día cívico que hoy conocemos. Por eso es que muchas personas decidían no concurrir a votar, porque podían terminar heridos o, incluso, muertos. Quienes no iban a votar eran los sectores más acomodados de la sociedad. Y esto rompe un enorme mito: crecimos pensando que le debemos a la ley Sáenz Peña la universalidad del voto y esto no es así. La ley no amplió el universo de votantes, no lo modificó, de hecho. Lo que sí fue una novedad de la Ley Sáenz Peña fue la obligatoriedad, destinada principalmente a los sectores más acomodados de la sociedad, quienes no acudían a votar porque las elecciones eran violentas. Otra cuestión que no fue novedosa de la ley Sáenz Peña fue el tema del secreto, que ya había sido incluido en leyes electorales del siglo XIX. Lo que sí fue una innovación de la ley Sáenz Peña fue la instauración del cuarto oscuro, destinado a aislar a los votantes. En línea con lo que decíamos, uno de los mayores problemas de las elecciones era su carácter violento y para terminar con esta violencia era importante que el acto de votar no siguiera siendo una actividad grupal, como lo era en el siglo XIX. Por eso se instaura un cuarto oscuro, un lugar en el que cada ciudadano, aislado del mundo y solo con su razón decide a quién votar.

Esa Ley es producto de los acuerdos políticos. Sin embargo, nuestra sociedad es poco permeable a los mismos. La Constitución de 1949 no fue fruto de un acuerdo, la de 1956 (que solo incorporó un articulo antes de fracasar, el 14bis) tampoco, y la de 1994 genera un costo político al radicalismo justamente por el acuerdo entre Alfonsín y Menem. ¿Por qué crees que acordar con el otro no es un valor positivo en nuestra sociedad?

Se ve como una debilidad, ¿no? Es interesante eso. En una mirada rápida pareciera que estamos jugando siempre al todo o nada, a ganar o intentar que el otro pierda. Y que la negociación es una claudicación. Hay, sin embargo, momentos de grandes coincidencias. Durante gran parte del siglo XIX y a comienzos del XX se creyó en una idea de progreso compartido, en todo caso se discutían los modos de lograrlo.  Hay una historia del país que se puede contar desde los enfrentamientos pero también hay otra, muy rica, que se puede narrar desde las coincidencias. El consenso democrático del 1983, el Nunca Más a la dictadura y a la violencia política, ahí hay un fuerte acuerdo que trasciende fuerzas partidarias, ¿no?

¿Por qué nuestra historia está atravesada por “mitos” y gobiernos fundacionales? ¿Esto hace que seamos más permeables a los “relatos históricos”?

Es una gran pregunta muy difícil de responder, al menos para mi. Todos los países tienen mitos, historias nacionales identitarias. Y es interesante porque estas historias, no importa de qué país sean, siempre se parecen un poco: hay buenos, malos, fuerzas del progreso que compiten contra sectores oscurantistas. Son historias maniqueas y que tienen poco que ver con los sucesos tal como ocurrieron, con las personalidades de los protagonistas. Ahora bien, el tema de lo refundacional está muy presente y no sé si es exclusivo de la Argentina, pero aquí se destaca especialmente. Todos los gobiernos dicen que vienen a inaugurar algo, como mostrando una constante inconformidad con lo que sucedió antes.

A la vez que la sociedad es reacia a los acuerdos (recuerdo también el fracaso de la reforma de la constitución bonaerense en 1990, cuando el electorado votó masivamente en contra de la misma), cada vez que hay una crisis política se plantea: “tenemos que hacer un Pacto de la Moncloa”, desconociendo que ese pacto justamente se generó a partir de que los sectores involucrados aceptaron “ceder” algo en pos del futuro. ¿Crees que realmente estén dadas las condiciones locales para que algún sector ceda en Argentina?

Creo que el problema es que nadie ve ventajas frente a posibles renunciamientos. Cuando los objetivos son claros y se ven alcanzables es más fácil estar dispuesto a resignar algo. Aquí el beneficio no se ve nada claro, entonces, ¿para qué hacerlo?

De todos modos, creo que también se apela a la idea de un gran acuerdo nacional como si fuera una solución mágica. Hoy la Argentina tiene problemas económicos, no políticos. Y, sin embargo, hay sectores que creen que uniéndose determinadas fuerzas se terminarían los problemas. Los acuerdos entre fuerzas políticas: ¿Harían bajar la inflación? ¿Estabilizarían el precio del dólar? La relación no es tan clara ni directa.

Cambiando de tema, durante el primer gobierno de Perón, básicamente en los primeros años, Eva Perón ¿fue importante políticamente o fue el mito que trascendió a los hechos la que la convirtió en un icono popular?

Eva fue muy importante y así como Perón fue construyendo el peronismo a medida que pasaron los años, Eva también ayudó en enorme medida a construir ese peronismo. Eva ocupaba roles que Perón no, especialmente con los sectores más marginales, con los que estaban por fuera del sistema, diríamos ahora. Mientras que Perón tenía el ojo puesto en los sindicatos, Eva –sin descuidar a estos, ¡recordemos que su oficina estaba en la CGT!– también velaba por aquellos que ni siquiera tenían trabajo: por madres solteras, ancianos, niños. Perón era un militar y, como tal, un tipo obsesionado por el orden. Desde mi punto de vista, juntos se complementaban muy bien construyendo el peronismo y cada uno le ponía elementos diferentes. Eva era una versión más fresca, más desenfadada, más irrespetuosa y contestataria del peronismo. Por eso no es casual que en los años setenta, los jóvenes de Montoneros (en medio de todos sus problemas con Perón) haya elegido la imagen de Eva para representar su peronismo.

En relación a su muerte, lo que hará es potenciar esta figura ya muy fuerte, muy presente, muy amada y muy odiada. La volverá mito, la hará trascender.

Por último, viendo los manuales de historia con que se dicta clase en las escuelas, estos suelen llegar hasta nuestros días. Desde tu visión intelectual, ¿se puede hacer historia reciente con rigurosidad y sistematicidad?

Sí, creo que sí. Tiene algunos desafíos, porque en esos casos el historiador además de ser un analista es un nativo de su objeto de estudio. Convive con sus imaginarios, con sus ideas, con sus prejuicios y opiniones. Sin embargo, la historia tiene algunos métodos que, seguidos con rigurosidad, le pueden permitir al historiador interrogar el pasado reciente. Se trata principalmente de dejar a las fuentes hablar, no forzarlas a decir algo que nos gustaría que digan, sino mostrarlas a la luz de sus propias intenciones.

Una cuestión interesante es que hay pasados, más cercanos en el tiempo, que cuesta menos analizar que otros un poco más alejados cronológicamente. Eso lo vemos con claridad en el campo de los estudios de los años ochenta del siglo XX, que cada vez se está consolidando más. Resulta más difícil acercarse a los años sesenta y setenta, a eso que a algunos les gusta llamar “la historia que duele”. Por eso no tiene tanto que ver, desde mi opinión, con cuan cerca o lejos están los procesos, sino si siguen abiertos en la sociedad o si son procesos ya terminados.

 

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