viernes 29 de marzo de 2024
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Compartir la mirada de Hernán Salvo

Es más o menos frecuente que aparezcan en diarios y revistas, o incluso en libros más o menos voluminosos, intentos de explicar cómo debe ser mirada una obra de arte. Hay ensayos eruditos, como los de Giorgio Agamben u Octavio Paz, tentaciones científicas basadas en distintas teorías sobre óptica o sobre procesos neurológicos, y chapucerías psicologistas o pseudo artísticas que dan una que otra receta para mejorar la relación espectador-obra. John Berger y Antonio Muñoz Molina escribieron dos hermosos textos, tan diferentes y tan parecidos, en los que tuvieron que usar el verbo mirar para poder decirle a su lector todo lo que querían. El spectator latino es aquel que tiene el hábito de mirar y que, precisamente por eso, puede ser testigo y crítico de lo que ve. La mirada ayuda y forma a la experiencia artística y rescata a la individualidad (hay tantas miradas como miradores) de los excesos del colectivismo y de la tribu.

El buen espectador estará feliz en la galería Miranda Bosch viendo la exposición de Hernán Salvo Cerca de una certeza. Va a encontrarse allí con una docena de obras que necesitan de su participación para completarse y que requieren de su proximidad para asegurar la eficacia del momento artístico.

La evolución de la obra de Salvo lo ha llevado hace unos años a dejar la pintura tradicional para pasar a trabajar sobre un soporte de lectura un poco más complejo. Sin abandonar su obsesión por el acto de mirar, antes eran cines o portales; ahora son estructuras con luces y recovecos. El artista mira todo el tiempo e invita a mirar a través de la obra. En 2016 había presentado en el Centro Cultural Recoleta una serie de cajas maquetadas, de madera muy pulida y brillante que contenían escenas, luces, sombras y contraluces íntimos y reflexivos. En su exposición actual las cajas son negras, de una dimensión mayor y los efectos que se dejan ver son diferentes. La luminosidad es mayor, los colores son vivos y estridentes y el juego de lejanía-cercanía es mucho más eficaz.

Tal cosa sucede con “Universos”, un trabajo que se ve apenas el visitante deja la escalera que conduce al primer piso de la galería. Se trata de una gran caja de madera pintada de negro grafito de más de dos metros de alto y uno de ancho. Sobre el frente hay una serie de 17 orificios de diferente tamaño, dispersos de un modo que parece casual y que dejan pasar, gracias al afecto lumínico, una paleta de colores fuertes, con pinceladas rústicas que mezclan los colores presentando a través de los círculos unas imágenes que parecen mapas de la superficie terrestre vistos por algún telescopio lisérgico y luminoso. Para ver en detalle esta cartografía, el espectador tiene que acercarse a la obra y encontrarse con una versión más introspectiva, diferente en intensidad a la visión de la obra con un poco más de distancia. Esta obra se vendió, al promediar la exposición, por casi 5.000 dólares.

En la planta baja de la galería el visitante se encontrará con la única escultura de la muestra. Se trata de “Horizontes de sucesos”, un entarimado de poco más de un metro de alto por cuarenta centímetros de lado que en la superficie superior tiene un recubrimiento de masilla epoxi que termina en una suerte de volcán invertido, o de geiser fantasmal. Al mirar por el círculo dentro del hueco de la estructura, se comienza a ver un juego lumínico de colores que dibuja una espiral roja, verde y amarilla con un efecto hipnótico realmente muy interesante.

La obra de Hernán Salvo está repleta de evocaciones dentro de las tradiciones del arte argentino. La influencia de los primeros esquemas vanguardistas de los años cuarenta, con Gyula Kosice a la cabeza, resulta indiscutible, lo mismo que la presencia de las experimentaciones de arte óptico y, sobre todo, del grupo de Arte Generativo liderado por Eduardo Mc Entyre y Miguel Ángel Vidal. Con todos estos grupos, Salvo comparte una relación pura con la realización estética, alejado de la teoría y de los esquemas conceptuales rígidos.

Hay otra relación interesante en esta evocación del cuerpo de obra reciente de Salvo y se remite a un antecedente potente de los movimientos concretos, cinéticos y ópticos de las décadas del 40 y del 60. En los trabajos en los que presenta cortes lumínicos, obras como surco o expansión, se perciben verdaderos desgarros que dejan pasar los efectos de luz y color a través de la madera pintada. No es difícil reconocer en ellos algo de la tradición de Lucio Fontana y sus célebres cuts, trabajados aquí con otra textura visual y otra profundidad emotiva. En la obra “Fondo”, la única de esta exposición que no tiene presencia de luz, esta resonancia se hace aún más clara, reforzando, pese a la diferencia, la coherencia de la muestra.

Mirar las obras de Hernán Salvo es un ejercicio de oposición a la tendencia actual de no poder prestar atención y detenerse frente a las cosas. Sin intelectualismos, Cerca de una certeza, en el marco bellísimo de Miranda Bosch, suspende la época, propone un epojé vivencial que es muy parecido a esa calma a escala humana que perdimos hace tan poco.

Publicado en Revista Ñ el 9 de marzo de 2019.

Link https://www.pressreader.com/@nickname11271082/csb_PG9oOufMUFZb_RCg7aPHhdmwZLY-RQrtiZNJ4ZO0oQwUI7jvn1F5BgIgug9zclAm

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