viernes 19 de abril de 2024
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Alfonsín fue un hombre de rupturas

Su extraordinaria condición humana lo mostraba cálido, educado,  afable y con un extraordinario sentido del humor; pero esas condiciones naturales sólo suavizaban su vigorosa personalidad.

Consagró su vida entera a la política, desde interminables conversaciones con jóvenes a quienes escuchaba y rebatía, hasta las noches de comidas dialogadas con propios y extraños, las que siempre eran preludio de grandes decisiones.

Joven político de Chascomús descolló como presidente de su bancada en la Legislatura bonaerense, desempeñando simultáneamente la presidencia del poderoso Comité de la Provincia de Buenos Aires, el mismo que habían presidido Yrigoyen, Lebensohn, Larralde y Balbín. 

Poco tiempo después del Golpe de Onganía,  mientras el desorientado radicalismo lamía lastimosamente sus heridas, Alfonsín, en La Plata,  megáfono en mano y rodeado de pocos fieles desde la céntrica esquina de 7 y 50 reclamó de viva voz que le devuelvan el Comité partidario que la Dictadura había clausurado y prohibido.  De inmediato fue detenido.  Esta  fue quizás su primer y máxima ruptura. El significado era fácil de descifrar, el derrocamiento del régimen militar dependería de la lucha de los radicales junto a otros sectores populares mucho más que de los conciliábulos con militares que habían marcado la década anterior.

El Movimiento Estudiantil, la CGT de los Argentinos, la incontenible rebeldía de Arturo Illía recorriendo el país de manera incesante lo tuvieron como protagonista y abanderado de mi generación que se inspiró en su ejemplo para construir una herramienta política con vocación mayoritaria.

Poco tiempo después, agotados los experimentos de Onganía y Levingston, llegó Lanusse y el radicalismo ofreció a Arturo Mor Roig como Ministro del Interior.   Habían retornado los conciliábulos, Alfonsín cancela la ficha de afiliación de Mor Roig, rompe con la conducción balbinista que estaba destinado a heredar, funda el Movimiento de Renovación y Cambio y se dispone a competir a fines de 1972.  La larga marcha comenzaba, ahora con banderas, programas y acciones políticas decididas que ubicaban la UCR en la competencia política.

Debieron pasar los años de plomo,  que en verdad comenzaron antes del golpe militar de Videla para que Alfonsín,  líder de un movimiento Interno del radicalismo,  diera señales sobre lo que se proponía:  respaldo incondicional a la militancia juvenil, convocatoria a hombres y mujeres de otras extracciones políticas para enriquecer la perspectiva, fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, diálogo constructivo con dirigentes de otros partidos y corrientes de opinión, acercamiento a la Internacional Socialista y viajes incansables alrededor del mundo para llevar su mensaje de que en Argentina era posible derrotar el autoritarismo y edificar sólidos cimientos para garantizar la vigencia de la Constitución Nacional y comenzar a transitar el camino de la democracia social.   Fue el único líder político que condenó la aventura de Guerra en Malvinas, con la entereza y valentía de alguien que se guía por sus convicciones, mientras la mayoría de la dirigencia política, incluida la radical, se sumaba al cortejo de la vergüenza.

Se impuso con comodidad en la compulsa para elegir candidato radical en 1983, el movimiento que conducía era imparable.  La sociedad habría de elegir al radicalismo como portavoz de sus necesidades principales. Y entonces, el candidato presidencial  de la utopía inalcanzable de derrotar al peronismo, comenzó a desgranar rupturas: Anunció que la Ley de Autoaministía era inconstitucional y sería inmediatamente derogada, enunció los tres niveles de responsabilidad y propuso el juzgamiento de las cúpulas militares y guerrilleras,  denunció el Pacto Militar Sindical, eje de la política corporativa que había dado sustento por años a una alianza espuria de algunos dirigentes sindicales con la dictadura.

Mientras tanto, el candidato Justicialista se encontraba arrinconado, había otorgado validez a la  Ley de Autoamnistía, ni pensaba en juzgar las violaciones de los derechos humanos y se encontraba enredado en las complejidades y contradicciones de su movimiento.

Llegó el triunfo, el comienzo del gobierno en 1983 con ambiciosas reformas estructurales y siguieron las rupturas: propuesta de Ley para democratizar la vida sindical, trabajo acelerado para resolver conflictos pendientes con Chile -contracara de la conducción de las fuerzas armadas y de su subordinación al poder político-.  Sutil e inteligente política internacional a pesar del anillo de dictaduras que rodeaban la Argentina.  Impulsó el Consenso de Cartagena a  mediados de 1984 con los principales países de la región para hacer saber al mundo que las condiciones de pago de la deuda externa y sus tasas de interés eran insoportables –sobre todo para la naciente democracia argentina-, a la que muy pronto a principios de 1985 se sumarían Uruguay y Brasil.

Y siguieron las rupturas, el Plan Austral una heterodoxa propuesta económica de mediados de 1985 que detuvo la inflación y provocó un importante crecimiento económico que se ganó el respaldo de la comunidad financiera internacional.  Duró pocos años porque las propuestas del Consenso de Cartagena estaban adelantadas a su época y la tesis de la corresponsabilidad recién fue aceptada a comienzos de la década siguiente.

Simultáneamente que Alfonsín negociaba este respaldo económico con el Presidente Reagan, tuvo otra ruptura al reclamarle en público y en los jardines de la Casa Blanca que la Intervención en Centroamérica era  inaceptable y que desde el Grupo de Apoyo a Contadora, Argentina impulsaría una política de Paz y de respeto a los gobiernos libremente electos en la región.

En su extensa vida política siguieron las rupturas, una perfecta síntesis de convicciones y valentía personal.   La negociación para la Reforma Constitucional de 1994, fue ejemplo de ello.  Criticado por muchos,  logró un texto que aún con asignaturas pendientes contiene parte importante de la agenda democratizadora.  

Fue incansable, estudió, pensó y aprendió.  Cambió con los tiempos, absorbió con su impronta todas las ideas.  Escribió, interactuó con decenas de pensadores valiosos, muchos de los cuales acompañaron su gobierno.  Fue el autor de una pieza memorable de doctrina política: El discurso de Parque Norte, el que a su vez fue una ruptura con la tradición a la que pertenecía. Parque Norte  mostró un pensador original, capaz de combinar sus pasiones con los intereses y las necesidades del pueblo argentino. 

Nos dejó hace diez años, rodeado por el cariño de su pueblo y el respeto merecido a una vida entera de luchas sinceras, plenas de autenticidad y patriotismo.  Su tolerancia y propensión al diálogo se combinaban con una feroz energía cuando se trataba de defender convicciones profundas.  Ni mármol, ni bronce.  Su legado es de coraje, inteligencia y valentía.  Así merece ser recordado: un revolucionario para la democracia.

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