jueves 25 de abril de 2024
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Campo de juego

Moscú, 15 de Julio de 2018

Querido Lionel:

Te escribo pese a mi firme intención de no hacerlo más. Pese al ridículo que significa poner nuevamente bajo el cenital a nuestros fracasos para que sean diseccionados por cualquier García. Te escribo, en realidad, para pedirte ayuda: las cosas en Moscú se me fueron de las manos, el fanatismo perforó mis cabales, el espectáculo excedió mi principio de realidad y me comporté de manera estúpida. El papelón no tiene nombre.

El jueves a la noche un Uber nos pasó a buscar por nuestra casa para llevarnos al aeropuerto a tomar el vuelo a Moscú. El Uber era gratis: era parte del premio que me gané. Era un Uber oficial, es decir como un Uber de la empresa que tienen para este tipo de gentilezas y que manejan los administrativos. En realidad me llevó el gerente de marketing en su auto.

Mi padre nos despidió en casa, yo prefería que no lo deje solo a mi perro “Messi” cuando nos viera salir ya que nunca nos habíamos ido de viaje sin él. Mi hijo, Leonel, estaba feliz, Abajo de todos sus abrigos tenía tu camiseta, que le rogué que no se la pusiera para viajar por si algún brasileño lo burlaba u ofendía. O un español, o una alemán, o un chileno. Pero él no quiso y se la puso igual.

El vuelo salió a horario. Hicimos escala en San Pablo y en Estambul. Se hizo largo. Pero íbamos a ver la final entre Francia y Croacia y era una gran novedad para nuestras vidas. Leonel traía su álbum en la mochila para que Modric o Mbappé se lo firmen. Leonel, a esta altura, hinchaba claramente por Croacia, yo sin embargo prefería a Francia, por cercanía intelectual, Víctor Hugo, Flaubert, Baudelaire, Breton, Proust, Pérec y Houellebecq fueron parte de mi vida en distintas formas y tiempo. Jacques Prevért, las dos Margaritas, mis escritoras favoritas, son parte de mi juventud. París la conozco por Cortázar, nunca estuve allí. Su tumba en Montparnasse tiene (ya no lo debe tener) mi reloj pulsera con la hora argentina que llevó una compañera del curso que viajó a hacer una extensión en Francia. Me gustaba Francia y su team blanco y negro, blanco franchute, con esas narices de Bergerac, esos dentaduras caóticas, esas caras desordenadas y el olor a pescado en las manos. Y luego estos otros franceses, hijos de africanos, chicos de provincia, con genética de cazadores y trepadores que descollaron con esos músculos que rebotan más, que replican más, que se estiran más. Más que los tuyos, Lionel. Me gustaba Francia, sangrienta y lujuriosa, mucho menos antisemita que la católica Croacia.

Aterrizamos en Moscú. Era viernes. Nos llevaron a un hotel que quedaba a cinco cuadras de la Plaza Roja. Un hotel inmenso y laberíntico. Como uno de Rosario que fui una vez y que tal vez conozcas. Las habitaciones eran grandes y tenían cuadros de bailarinas del Bolshoi, el lujo era insólito, una mezcla de adornillos, telas pesadas, caireles y luces LED. Había televisores por todas partes con partidos y hermosas tomas panorámicas de la ciudades sedes. El desayuno del sábado, era fuerte, demasiado fuerte, pescados con crema, fiambres, queso ruso casero, panqueques y mermeladas, albóndigas y milhojas de manzanas. Ajo.

Recorrimos Moscú con Leonel. Nos sacamos miles de fotos, hacía frío y calor, alternativamente, la historia se nos presentaba sin telón. Me divertía con el consumo pop que podía hacer de Rusia y de la Unión Soviética. Soy una cultora de la guerra fría y la amenaza nuclear. ¿Hay algo más pop que eso? Vos sos muy joven Lionel, y una super potencia, también, y muy pop, por cierto, pero no tanto como la bomba nuclear. Pero luego está esa Rusia trágica e impiadosa, grave, injusta, aterrorizada y roja que todavía resuena en Moscú.

Nos dormimos temprano, Leonel no podía más de cansancio. Al día siguiente te íbamos a conocer para filmar el comercial para Uber. Nos despertamos y desayunamos unos blinis con café. Nuestro ángel (así llamaba la FIFA a los acompañantes de invitados especiales a los partidos) nos citó en el lobby y nos explicó que habías rescindido el contrato, como hiciste con Israel, y que no ibas a venir. Que por razones personales (no poder asumir en tu fuero interno Rusia 2018) debías cancelar las obligaciones con UBER. Pero que le mandabas al niño una camiseta autografiada. Leonel me miró decepcionado, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Se quedó contento con la camiseta porque sus amigos iban a comprobar algo de toda esta larga historia.

Te entiendo Lionel, mejor que no viniste. No sabés la pena que ibas a sentir. El partido fue una fiesta, nos llevó en un UBER una señora rusa, rubia y gentil. El ángel nos acompañó caminando hasta la entrada del estadio que rebosaba de turistas, de croatas y franceses. En la entrada nos dio unos tickets, teníamos los fan ID, que habíamos tramitado la semana pasada en Buenos Aires, se puso a conversar con unos hombres y se nos hizo unas señas de que esperáramos. Finalmente se fue para otro lado. Luego vino otro ángel, una joven chica bella vestida de guardia, y dijo que teníamos suerte, que íbamos a estar muy cerca del campo de juego. Empezamos a caminar rodeando las distintas entradas, junto a esta chica que parecía perdida, escuchamos la música todo lo que da: era un recital con estrellas del momento y el público bailaba. En el palco oficial, Putin (¡lo tuve a 100 metros!) en camisa y corbata roja destilaba virilidad y tontería, como siempre. Una tontería que no se le puede atribuir a su esencia, porque es sabido que no es tonto. Una tontería atribuída a su tiempo, a su contexto, a tener que reunirse con Trump al día siguiente. Esas son las super agendas (bélicas o no) a las que nos toca asistir, Lionel querido. Al lado, el sonriente Macrón y su mujer, Brigitte, y por último Kolinda, la simpática y atractiva presidenta de Kolinda de la ultra derecha, muy femenina ella con un peinado de peluquería y un tailleur en composé con la bandera croata. En el palco había bebidas y canapés y pantallas a sus pies que transmitián el partido.

Cuando sonó la Marsellesa, seguíamos dando vuelta con nuestra ángel de uniforme y se me puso la piel de gallina, un verdadera marcha de guerra, un patriotismo musicalmente perfecto. Le dije en inglés que se apurara, que no nos queríamos perder nada más. Seguimos dando vueltas mientras ella hablaba por celular para conseguir las ubicaciones.

Me dijo que me tenía que poner una camisa porque íbamos a estar muy cerca del campo. Le pregunté por qué y me dijo que para que no sospecharan que no soy rusa. Me pidió que le quite la camiseta argentina a Leonel y le puso una rusa.  El partido empezó, los jugadores estaban cerquísima. Son muy hábiles y veloces, Lionel, son muy fuertes, vos lo debés saber. Pitana, era una mole, parecía un milico argentino, corría con zancadas de acá para allá. Pidió el VAR y dudó durante siglos, y quedó demostrado que cuanto más puntos de vista tiene sobre la verdad más duda de lo que ve

Durante el entretiempo el ángel me dijo en inglés, por lo bajo, que me tenía que preparar para correr, que íbamos a entrar a la cancha y que íbamos a pedir por “Freedom”y que nos iba a mirar medio planeta. Me preguntó si yo sabía cuántas injusticias hay en Europa, en América, en Äfrica, en el golfo Pérsico y en Asia. Le dije que tenía cierta noción y que siempre intuí cosas muy graves, históricamente Europa fue brutal. Y lo sigue siendo. Me dijo si sabía lo que sufren las mujeres en el mundo. Le dije que sí, que lo intuía y que lo leía diariamente pero que yo nada podía hacer. Me dijo que sÍ podía y me prepare para correr. Y también sé lo de Crimea, le dije, envalentonada.

Empezó el segundo tiempo, pasaron unos minutos, y la muchacha rusa me pasó un birrete policial y se puso otro, le dije a Leonel que ya volvía. “Pero, mamá…” me llegó a decir. Caminamos vigilantes, como si fuéramos policías, hasta que mi ángel, dijo: “Aha” y empecé a correr con todas mis fuerzas adentro del campo de juego, pasé al lado de Rakitic que estaba perdiéndolo todo y del pequeño Kane, Fue una carrera de gol, de justicia y de supremacía irrepetible, pensé en vos, Lionel, en lo bien que le hiciste al mundo. Sentí el tacle de los chalecos fosforescentes y los gritos de algunas personas. Me llevaron de las piernas y de las manos, y yo no podía parar de reir. Pensé que mi hijo me vio jugar una final del mundial. Y que con suerte vos me habias visto desde tu casa.

En el interior del estadio nos esposaron y nos encerraron. Mi nuevo ángel era una activista punk feminista de Rusia y acababa de hacer una performance inolvidable pidiendo libertad por los presos políticos en la cara del Kremlin y a ojos de millones de personas en directo. Estaba feliz. Pedí por mi hijo. Escuchamos dos goles más, creo. Pedí por mi hijo a la policía. No lo trajeron. Nos sacaron caminando por recovecos hasta que en una explanada, cerca de los autos de las comitivas, estaba un patrullero esperándonos. Caminamos hasta él y empezó a diluviar, nos empapamos, no había ni un paraguas. No había manera de pedirle perdón a Leonel.

Mientras tanto, Macrón festejaba lo que el diminuto y gigantesco Napoleón no pudo: conquistar Moscú.

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